«Ojos que ven, corazón que siente»
Década del 80′. Época de escasa (o nula) tecnología para uso infantil, en dónde los dibujos animados eran el principal entretenimiento y por ende, tiempo libre para los niños del momento.
Diferentes y variadas ofertas animadas competían en esa franja horaria de la mañana y la tarde en la pantalla chica; podemos mencionar a: He Man, Los Pitufos, Gladiadores de la Galaxia, etc, etc, etc.
Estos (y muchos más) coexistian con las publicidades; las cuales solían ser aprovechadas para realizar alguna actividad menor y de corta duración, para luego poder continuar con la diversión.
Antes de seguir, me permito preguntar: Podemos ver hoy en día esos mismos dibujos sin objetarlos? Cómo influyen las nuevas interpretaciones sociales y medios de comunicación en la visibilizacion de los mismos? Cómo afecta esta nueva realidad a la industria de los dibujos animados?
Lo cierto es que en aquella década no se ponía nada de esto en discusión. A nadie se le ocurría prohibirlos o bajarlo de la grilla de un canal de TV por sexistas, estereotipo racial o social, etc. Pero sin duda los tiempos cambian y si sirve para mejorar a la raza que nos identifica, mucho mejor.
Con las pruebas me remito y prosigo; muchas publicidades de ciertos productos de aquella época hoy ya no existen. Los cigarrillos por ejemplo. Ya no tienen lugar en la TV para los mismos y mucho menos en el horario de los dibujos animados como si ocurrían tiempo atrás.
En El placer de llamarse Augusto vemos como una persona, hoy adulta, arrastra desde sus seis años un trauma y no es casualmente por estar expuesto a un dibujo animado o a un exceso de TV, sino, a una determinada publicidad de cigarrillos.
Está publicidad marcó a aquel niño hasta nuestros días y es el momento que ha decidido apropiado para contarnoslo.
Un actor de ese comercial será la obsesión y la idea fija que no dejará la mente de este ser en paz hasta encontrar entender y una respuesta acerca del nexo que existe entre este profesional de la actuación y su núcleo familiar.
Un secreto familiar a medias debe ser esclarecido por él y llegó el momento.
En el placer de llamarse Augusto vemos como este niño vive angustiado y presionado el resto de su vida en busca de esa respuesta. El origen de su nombre será un buen punto de partida.
En el placer de llamarse Augusto, visualizamos como los adultos con una simple frase pueden marcar de por vida a un menor, llevando a este niño, ahora ya con su mayoría de edad en sus hombros, al reproche y bronca, no solo con su familia, sino también con ese actor. A tal punto que con sus escuetos pero firmes recuerdos, buscará en las pocas pistas que tiene y mínimos datos la verdad.
Los padres trasladan a sus hijos sus propios deseos de profesiones, hábitos, costumbres y hasta nombres de familiares que en muchos casos ya han fallecidos hace bastante tiempo como cierta virtud para el recién nacido.
En El placer de llamarse Augusto esta mirada «encaja» a la perfección. No olvidemos de esas «marcas» como dinastías; la de los Augustos por ejemplo.
Tampoco olvidemos a este niño que nos transmitirá y nos dará a conocer las consecuencias de estas cargas y su descenlace final.
La muy buena actuación de Daniel Grbec hace de esta historia intrafamiliar un nexo con el exterior, logra transmitir una empatía de manera directa con el espectador, es que todos conocemos de que se trata lo que nos cuenta; el tema es como lo cuenta, y eso está muy bien logrado.
También debemos remarcar y resaltar la dirección de Federico Torres que refleja la idea central a través de Daniel utilizando pocos elementos escénicos pero aprovechados al máximo en conjunto con las virtudes de Daniel ya mencionadas.
Autoría: Federico Torres.
Actúa: Daniel Grbec
Fotografía: Luis Braña
Dirección: Federico Torres
Persiana Club Cultural
Chacabuco 667 (CABA)
Miércoles 20:30hs
Duración: 25 minutos.
Entrada a la gorra.